La fotografía, desde sus orígenes, ha sido una herramienta privilegiada para interrogar la relación entre luz, tiempo y espacio. ¿En Cuántos cielos tiene un edificio?, esta relación se vuelve espejo —literal y metafóricamente— a través de un edificio cuyas ventanas espejadas capturan y reproducen el cielo en todas sus variaciones. Cada imagen revela una atmósfera distinta: cielos calmos, tormentosos, crepusculares o diáfanos, que se reflejan como fragmentos de un paisaje inasible y cambiante.
Esta serie se inscribe en una tradición fotográfica que problematiza la percepción y la representación de lo urbano, pero lo hace desde un gesto poético y contemplativo. El edificio, concebido habitualmente como símbolo de estabilidad, contención y repetición, se convierte aquí en superficie viva, en archivo involuntario de lo inconstante. Cada una de sus ventanas actúa como una celda visual que multiplica el cielo y sus estados, como si el mismo edificio contuviera, simultáneamente, múltiples climas, múltiples tiempos.
El punto de vista fijo desde el que se toma cada imagen refuerza esta idea de variación sobre estructura: lo que cambia no es el encuadre sino la luz, el clima, la hora, el día. De este modo, la serie alude también al tiempo fotográfico —ese tiempo suspendido, contemplativo— y a la memoria atmosférica de un lugar. ¿Cuántos cielos puede contener una fachada? ¿Qué registro emocional, simbólico o meteorológico deja el paso del tiempo en una arquitectura que se vuelve superficie sensible?
Cuántos cielos tiene un edificio invita a mirar no solo el cielo —que siempre está ahí, pero rara vez se observa con atención— sino también a repensar la función de la fotografía como medio para revelar lo invisible: no lo oculto, sino lo inadvertido.