En Condición de ciudad, la cámara no observa desde la distancia sino que se sumerge en el tejido urbano, en su densidad y su caos. Las imágenes cuadradas de esta serie, atravesadas por la yuxtaposición de planos, los marcos naturales, los cortes verticales y la saturación de información visual, no buscan ordenar el espacio sino rendirse a su abigarramiento. Como si la ciudad no pudiera ser comprendida sino sólo contenida —a duras penas— dentro del encuadre.
Esta serie asume una herencia clara: el eco visual y conceptual de Sticks & Stones de Lee Friedlander. Sin embargo, lo que aquí cambia radicalmente es el color y sobre todo el escenario: ya no los suburbios, las calles y las vitrinas norteamericanas, sino la Buenos Aires contemporánea, con su arquitectura inestable, sus interferencias visuales, su mezcla constante de tiempos y estilos.
El lente angular, al forzar la inclusión de más y más información, no sólo construye imágenes de alto voltaje compositivo, sino que desafía al espectador a navegar entre capas. Marcos dentro de marcos, señales que se cruzan, reflejos, columnas, cables, carteles, sombras y personas: todo convive en una suerte de sinfonía visual desbordada, donde no hay centro sino multiplicidad.
Condición de ciudad es tanto una descripción como una toma de posición: no hay aquí nostalgia por un orden perdido, sino una aceptación —casi un goce— de la ciudad como condición de complejidad. Es una apuesta por ver más allá del punto de fuga, donde el color se vuelve lenguaje y el encuadre, una declaración de principios.