El monumento a Juana Azurduy se alza imponente en la Plaza del Correo, un testimonio de bronce de 9 metros de altura y 25 toneladas que rinde homenaje a una de las figuras más relevantes de la historia sudamericana. Su origen está marcado por gestos de reconocimiento: una donación del Gobierno de Bolivia y una inauguración en 2015 frente a la Casa Rosada. Sin embargo, su historia también es la del desplazamiento. En 2017 fue reubicado en su emplazamiento actual, un espacio donde la monumentalidad se enfrenta a la fugacidad de la vida urbana.
En esta serie el encuadre se convierte en un testigo silencioso de un fenómeno recurrente: la indiferencia. Día tras día la ciudad sigue su curso indiferente a la presencia de esta obra. A través de un marco constante, cada imagen registra el paso del tiempo y de las personas, revelando cómo la actividad humana moldea y habita los espacios públicos sin detenerse a mirar. La escultura, concebida para la memoria, se convierte en parte del paisaje, perdiéndose en la rutina de quienes la rodean.
Este proyecto invita a cuestionar el propósito de los monumentos en la contemporaneidad. ¿Cuál es su rol en una ciudad que nunca se detiene? ¿Cómo un símbolo de lucha y resistencia puede ser ignorado en el día a día? La serie no sólo documenta un espacio, sino que interpela nuestra relación con la historia y la memoria en el entorno urbano.
Mirar es un acto consciente. Aquí, la imagen nos devuelve la posibilidad de detenernos, de reencontrarnos con lo que siempre estuvo allí, esperando ser visto.
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